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Estabas frente a una montaña escabrosa, vestido con prendas de piel de animales, aquellos que los tuyos cazaban durante días, tal vez semanas. Portaban herramientas rudimentarias talladas en piedra, gastadas por extensas faenas y el periplo a través de territorios cambiantes en forma, clima y peligros. Incluso soportaste las más violentas glaciaciones que cubrieron Europa, Asia y parte de África. Hace aproximadamente un par de millones de años, se te conoció como el Homo Erectus, aquel que descubrió uno de los inventos más formidables y revolucionarios del mundo: el fuego. Sin embargo, los seres humanos no saben que para llegar a ese asombroso momento, tu camino estuvo plagado de tropiezos y fracasos, miles o quizás millones de intentos. Hasta que un día, una chispa dorada saltó hacia tu rostro, quemando parte de tu piel, aunque ni siquiera poseías una palabra para describirlo. Sabes, o al menos intuyes, que no es importante la rivalidad entre el método y la magia que te gobierna, para explicar, racionalizar y demostrar cómo cambiaste la vida de tu especie y la de otras que te seguirán, como los Homo Sapiens.
Las llamas brotaron, se extendieron e incluso murieron, esto, te causo cierto enojo. Abrazabas el fuego, porque su espíritu vislumbró nuevos dioses, caminos y formas de subsistir en el mundo hostil. Pero, sobre todo, experimentaste un miedo aterrador. Temías que el fuego, al que aún no nombrabas así, te consumiría, devorando parte de ti con su ardor. Tal vez lo que creías era el mundo entero, incluso tus sueños cambiarían, así como la forma de tu ser. ¿Cómo no temer algo así? Nada en ese mundo pretérito podía sobrevivir de esa manera, iluminando todo y devorando lo viejo y frágil con un hambre descomunal. Su boca no era como la de otro ser vivo, sino como la de un agujero en el universo. Tal vez, pensabas, era la diosa que veías en el firmamento, destellando y desapareciendo sin explicación. Esto pasaba mientras tu rostro se calentaba y tu cuerpo deseaba esa sensación de apego, de no partir, incluso si eso significaba carbonizarse hasta lo más profundo de tu ser. Pero, sobre todo, temías que se extinguiera, que todo el esfuerzo acumulado en todos los intentos previos se desvaneciera en un simple parpadeo de humo, que se extinguiera antes de que pudieras volver a sentirlo. Dejar de percibir el anhelo incendiario que nunca nos abandona: el placer de encender el cuerpo y el alma del mundo.
Ahora, cocinas tus alimentos y los depredadores te temen. No soportan esos destellos de formas abominables y el aullido constante de las llamas, que se ven a distancias sorprendentes, incluso para los ojos menos agudos. Esto puede advertir su presencia a miles de metros de distancia. Todo ser distinto a ti, teme y se aleja, como si estuviera frente a una luciérnaga gigante y poderosa. Tú eres quien atrae a los demás a tu alrededor y buscas un nombre para algo innombrable. Lo proclamas como Dios, Diosa. Aunque no puedes nombrar aquello más que en lo imaginario, en el reino de la magia y lo incierto. Lo retratas en las paredes de cuevas y rocas. Tienes una certeza, quizás la única que has tenido en tu existencia: hay una sociedad creciendo alrededor del fuego, y nada, absolutamente nada, será igual a partir de ahora.
Otros seres darán nombre a lo que descubriste. Será utilizado por diferentes especies hasta llegar al ser humano moderno. Millones de años después, los seres humanos dominarán la agricultura y utilizarán el fuego para fundir el hierro, construir vías férreas, crear máquinas de vapor y herramientas industriales. El fuego alimentará a los obreros apilados en las fábricas, facilitará la fundición de oro y plata, permitirá que los barcos naveguen por los océanos llevando hombres, mujeres, mercancías, dinero, libros y conocimiento, ejércitos y armas. No estarás presente para ver la revolución industrial, pero sí comprenderás el miedo que los hombres sienten cuando su mundo cambia, cuando sus herramientas los llevan a un mundo nuevo y aterrador al mismo tiempo. Experimentarás el temor que surge cuando algo que has creado e innovado amenaza con alterar lo viejo, lo tradicional, lo arcaico y lo anacrónico. Tú, observabas cómo el fuego puede cambiar todo, desde la vida cotidiana hasta la magia y el método. Amenaza lo establecido, lo arraigado, lo que se ha mantenido durante mucho tiempo. Existe un cierto ego en lo que el hombre descubre y crea, algo que puede cegarlo y hacerlo sentirse omnipotente y todopoderoso.
Tú, por tu parte, considerabas que el fuego, en su esencia, adopta una forma única y representa una fuerza poderosa que tiene la capacidad de cambiarlo todo, al igual que cuando llegó la revolución informática y la conectividad. El fuego comunicó, organizó la vida social y transformó el sistema productivo. De manera similar, la informática brindó mayor accesibilidad a la información, impulsó los mercados y conectó a las personas en todo el mundo como nunca antes.
Más de un millón de años después del descubrimiento del fuego (más o menos), llegó otra revolución: la Era de la Inteligencia Artificial. Muchos miembros de nuestra especie, legítimamente, sienten ese poderoso miedo, similar al que tú experimentaste por las posibilidades y amenazas que el fuego podía traer. Lo mismo ocurre con la IA: el temor a la automatización de tareas rutinarias, los robots y los sistemas de IA que pueden llevar a cabo trabajos anteriormente realizados por humanos. Las habilidades técnicas y digitales toman precedencia sobre las habilidades manuales o humanas. La IA avanza a gran velocidad y nos obliga a adaptarnos.
Los seres humanos, que te superan en miles de años, hoy sienten amenazas similares por la pérdida de empleos, el estrés ocupacional, los conflictos y las tensiones sociales resultantes de las transformaciones impulsadas por la IA en la cultura.
Así como el fuego cambió todo, incluso el miedo que inicialmente inspiró, los humanos aspiran a hacer lo mismo con la IA. Sueñan con que esta revolución tecnológica también pueda conducir al crecimiento del empleo en nuevos campos de la industria impulsados por la IA. Aquellas ocupaciones que requieren empatía, creatividad, toma de decisiones complejas y habilidades interpersonales seguirán fortaleciéndose en este nuevo escenario. En esto tienes razón: el fuego no fue menos en este aspecto, ya que desde su descubrimiento, su presencia en las sociedades cambió la dinámica social y generó una comunidad unida en torno a él, forjando un nuevo espíritu en el mundo.
A pesar de los temores iniciales y los desafíos inciertos, la IA representa una oportunidad para que la humanidad avance. Como en el pasado, la adaptación y la colaboración con estas nuevas tecnologías pueden dar lugar a una nueva era, una nueva forma en que construimos la cultura. Si bien el miedo es natural ante lo desconocido, la historia demuestra que la humanidad tiene la capacidad de superar obstáculos y abrazar el cambio para alcanzar nuevos horizontes. Sin embargo, es importante recordar que la IA también puede ser una expresión de las desigualdades y las inequidades propias de nuestra especie. Lo que nos obliga a plantear los dilemas éticos y los alcances de la IA para construir una ciudadanía global cuyos valores deben ser ante todo, la búsqueda de la dignidad humana.